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Calli Down: El hogar de la felicidad

  • Alberto Colín
  • 2 may 2017
  • 4 Min. de lectura

Todos somos como granos de arena: iguales y diferentes. El destino les regala a algunos un cromosoma de más en el par 21 y son diagnosticados con Síndrome de Down; sin embargo, no es un obstáculo para que ellos puedan desenvolverse en la sociedad y desarrollarse como personas. Sólo necesitan la atención adecuada como la ofrecida en la Escuela para Jóvenes "Calli Down", en la delegación Iztapalapa.

Los alumnos ingresan al Centro Social "Vicente Guerrero" para iniciar su día de clases. Mientras caminan por el patio saludan uno por uno a sus compañeros y a sus respectivos padres. Enseguida, suben a prisa las escaleras que los conduce al espacio donde a diario se demuestran a sí mismos, y a l

a vez al mundo, que son capaces de realizar actividades cotidianas y artísticas como cocina, pintura, cartonería, teatro.


La construcción del hogar

"Calli Down" surge de una iniciativa por parte de Lucía Linares, egresada en la carrera de Psicología educativa. Después de elaborar su tesis enfocada en la planificación de una educación integral dirigida a las personas con Síndrome de Down, traspasó la idea de las hojas de papel a un proyecto tangible. La dedicación y el amor a su trabajo es pieza clave para que fructificara. El sueño se convirtió en una realidad.

Lucía Linares, actual coordinadora y profesora en la escuela, identificó dos problemas: la educación de los jóvenes con Síndrome de Down suele ser costosa y las familias con escasos recursos económicos no pueden solventarla; los programas públicos tienen como límite de edad los dieciocho años, con lo cual dejan sin ninguna oportunidad a quienes rebasen ese rango.

Hacía falta un espacio donde los interesados pudieran acudir. El número de personas con esta condición no es un número menor, ya que de acuerdo a datos de la Revista Zócalo, una de cada setecientas personas presenta esta condición. Por ello, la delegación Iztapalapa lo hizo posible, sin ningún costo y sin restricciones de edad. La apertura se dio en abril de 2011.

Un día en Calli

Las sonrisas y los abrazos aparecen minutos antes de las nueve de la mañana, momento en que las puertas abren. Los muchachos saludan a sus cuatro profesoras, las rodean con sus brazos en su torso y les llenan las mejillas con besos. De inmediato, los estudiantes se dirigen a su salón correspondiente (rosa, verde o amarillo), en el cual realizarán diferentes talleres.

En el aula "Verde" se reparten las tareas dependiendo de sus habilidades matemáticas, algunos realizan planas de los números; otros, sumas, restas o multiplicaciones. También de su nivel para dibujar, unos colorean una silueta para respetar los límites del dibujo. Si lo dominan, pasan al óleo como Danny, un joven pintor. Él se pone su bata blanca y lleva la pintura al rostro de una mujer rubia. Su obra adornará el pasillo, como otros cuadros pintados por ellos.

Cuatro participantes, quienes sus padres les autorizaron a las maestras salir de la instalación, acuden al mercado ubicado a no más de cien metros del Centro Social. Son los compradores de los productos para elaborar el desayuno: tortillas, atún, lechuga, jitomate y yogurt. Los chefs son los propios estudiantes, lavan y pican los ingredientes, posteriormente los vacían en una olla y los mezclan. Comerán atún a medio día.

Dentro del salón "Amarillo", los alumnos le dan nuevo uso a los materiales en el taller de reciclado. Una botella de plástico es modificada para convertirse en un contenedor de dulces, decorado con listón y brillantina. Además, se acerca el Día de Muertos y la misión es elaborar una catrina de medio metro, por eso los artistas forman los cuerpos con rollos de periódicos y cartón. Pronto quedarán listas las figuras.

En ese mismo momento se imparte expresión corporal en el salón "Rosa". Mientras la maestra Nancy Solís reproduce en una grabadora la música con la que dirige la coreografía, un par de mamás tocan la puerta. Las señoras Maricela Ramírez y Teresa de Jesús llegan con un regalo tras realizar una cooperación entre los padres de familia: una bocina con micrófono.

"Es material que les sirve a los jóvenes y a las maestras. Además, aquí (en 'Calli Down') mi hija Diana pasó de estar deprimida a ser feliz por convivir con otras personas y bailar mucho", comenta Maricela Ramírez. Luego de encender el obsequio, todos invaden la pista y presumen sus mejores pasos, ya sea en pareja o en una danza individual.

De inmediato aparecen múltiples cantantes, los muchachos pedían el micrófono para interpretar su canción favorita. En su turno, Luis escogió "Vivir mi vida" de Marc Anthony y la letra los retrata: para qué llorar o sufrir, es mejor reír, gozar, tal y como dice la canción, vivir la vida. La maestra Nancy Solís concuerda que los alumnos la adaptaron como su himno.

El futuro del proyecto

Las sesiones concluyen a las 2:30 de la tarde y las satisfacciones de las maestras continúan, como en el caso de Nancy Solís. Antes de ser maestra es mamá de Jesik, "sé que con lo que ella aprenda podrá valerse por sí misma", dice. El desarrollo de su sueño ha tenido complicaciones, pero el futuro es alentador, aunque requiere modificaciones.

Pese a que en las primeras semanas de haber iniciado las clases en "Calli Down", el número de estudiantes eran únicamente cinco, media década después la cantidad de inscritos llega a ochenta. Esto representa una dificultad, los jóvenes que quieren participar no lo pueden hacer y quedan en lista de espera; entonces es necesario ampliar el espacio para incrementar el cupo.


Lucía Linares menciona que está en pláticas con funcionarios de la delegación Iztapalapa para contar en 2017 con un nuevo lugar y recibir más interesados o remodelar su lugar en el Centro Social. "Calli Down" se mantendrá como la escuela que permita desarrollar las habilidades de los estudiantes y en el proceso creará amistades fuertes con momentos irrepetibles.


 
 
 

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